viernes, 11 de abril de 2008

Métanse en sus asuntos Sras. Didácticas de las Ciencias Naturales, Sociales, Matemáticas y otras hermanas…


Hace ya un buen tiempo que me anda asediando el pensamiento, este debate en torno a la “intrusión” que diversos campos disciplinares y sus didácticas ejercen en relación con el discurso literario, y si bien me parece un aspecto imprescindible y necesario de ser abordado en la discusión en torno a las cuestiones específicamente pedagógicas de los Institutos Formadores, no pareciese constituir un aspecto de peso entre quienes ejercen la función de formar a los futuros docentes en los lineamientos de las llamadas didácticas especiales.

Como apoyo de los argumentos que sustentan la perspectiva que presentaré a continuación, me parecen de capital importancia, tanto el apartado “La superposición disciplinaria y traviesa” del libro Cara y cruz de la literatura infantil de María Adelia Díaz Rönner, como dos artículos de Magdalena Helguera, dotados de una saludable dosis de ironía irreverente que tan bien hablan de la cuestión: Literatura infantil ¿Cenicienta de la educación? y Que el cuento sea cuento.

Ahora bien, cada vez que veo venir a un alumno/futuro/docente con una planificación de clase de Ciencias Naturales, de Ciencias Sociales, de Matemática, de Formación Ética y hasta de Educación Física… en la que usa sin escrúpulos un pobre cuento, una inocente poesía, o algo que se asemeja al discurso literario, estoy a punto de ser víctima de una apoplejía…

¿Exagerado? Veamos los motivos elementales:

El eje de la cuestión es que este accionar no se percibe como una falta de respeto:

  • a la ciencia en cuestión y su propia didáctica, que ha desarrollado históricamente un modo particular de construir el conocimiento que la caracteriza, ha teorizado sobre ello y ha pretendido que los aprendizajes escolares se vinculen a esa historia propia de cada campo del saber que necesita estrategias de apropiación especiales. Esto supone también una falta de respeto al discurso propio de la ciencia en cuestión, o sea a los textos que dicen de un modo específico ese saber y que no pueden reducirse a un pseudodiscurso que los presenta diluidos en metáforas tontas.

  • a los alumnos: puesto que básicamente se pide que se muestren interesados por un saber sobre el que se les miente, sobre el que para entusiasmarlos se usan otros textos y luego se espera que manejen con eficiencia el discurso científico. A lo que se suma la utilización de lo que habitualmente es pésima literatura si es que puede llamársele de esa manera a los textos construidos ex profeso desde una función pedagógica y revestido de falsa literaturiedad.

  • al propio docente: que al recurrir al texto ajeno al campo del que se ocupa, al mensaje que ni siquiera fue producido para comunicar un saber, anula su propia posibilidad de ser comunicador del “saber enseñado” como intermediario entre los que elaboran el “saber sabio” y los chicos. Además de que se desautoriza a sí mismo y su palabra, degrada la de los especialistas; menoscaba su propia valía de enseñante y su creatividad para organizar situaciones de enseñanza y aprendizaje originales, acordes con su especialidad.

  • a la Literatura: ¡qué duda cabe! la literatura es la gran perdedora, puesto que siendo un discurso social con sus propósitos propios, con sus reglas específicas que suelen además romper con las habituales de otros textos, se ve exigida de responder a una finalidad utilitaria, desnaturalizándola. Y para empeorar el panorama se da licencia de “literarios” a textos horriblemente escritos, que de ninguna manera son una creación artística y que subestiman la inteligencia y la capacidad de construir conocimiento de niños y adolescentes.

Basten estas, por ahora, como primeras reflexiones, si bien es posible seguir ahondando en la problemática y será valioso recibir el aporte de los fieles lectores del blog.

Y antes de terminar, debo admitir que es necesario hacer mea culpa desde el propio campo disciplinar de la Lengua pues esta ha sido la primera que se apropió con patente de corsario, a lo largo de los siglos, del discurso literario como la “lengua culta” a ser considerada modelo, y sus textos han sido descuartizados y analizados en pro del aprendizaje del “buen decir”. Valga también la revisión que el enfoque activo reflexivo hace de este paradigma, instalando en su lugar de discurso social independiente a la literatura, y considerando a todos los textos de circulación social como objeto del aprendizaje lingüístico.



Lic. Gabriela Monzón

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