lunes, 24 de marzo de 2008

La enseñanza de la Lengua, atravesada por dos concepciones antagónicas

Por Natalia Lilian Leguizamón

¿Es contraproducente para el niño la postura que toman los docentes a la hora de enseñar Lengua?

¿Cómo piensan los adultos que los chicos aprenden a leer y a escribir, y cómo se enseña a leer y a escribir?...

Muchas preguntas me surgen al reflexionar sobre las prácticas alfabetizadoras que realizan los educadores, que me llevan a un estado inerte, sin saber qué camino tomar como futura docente. De acuerdo a cómo fue mi escolaridad, tomaría la ruta de la mayoría de ellos, que ubican su enseñanza bajo un enfoque alfabetizador desde presupuestos transcriptivistas en el cual mi rol sería uno solo: transmitir conocimiento, para llegar a formar hábitos a través de ejercicios repetitivos y memorísticos que no pretenden la posible reflexión sobre la construcción gráfica.


Parece ser que algunos docentes no tienen en cuenta lo que es realmente “alfabetizar” y tampoco que la alfabetización se inicia en la primera infancia, desarrollándose durante toda la vida, que constituye un proceso profundamente social. No es una adquisición natural, sino el aprendizaje del sistema y las estrategias de uso de un producto cultural: la lengua escrita. Por lo que el modo de desarrollar la alfabetización y la forma de emplear los saberes que implica dependen de las circunstancias sociales y culturales concretas. Este es el error que cometen los docentes, pensar que la alfabetización comienza cuando el niño ingresa a la escolaridad, con la enseñanza de la escritura como técnica, primero el reconocimiento de las letras, luego su correspondencia con los sonidos, después la suma de letras, y así sucesivamente para comprender y componer “textos”.


Esto deriva en prácticas que priorizan actividades centradas en una apropiación fragmentaria y arbitraria del código, como la repetición y la copia de letras o de sílabas.

Esta concepción condiciona la aparición de esas unidades a un orden preestablecido como por ejemplo, el orden alfabético, y alimenta la idea de que hay letras más fáciles que otras.

Ahora bien si mi postura se sitúa en la concepción superadora o no transcriptivista de la lengua, tengo que pensar, que si la escritura de las palabras y sus letras no surge por un objetivo real, concreto (porque se quiere escribir el nombre de un familiar o el de la mascota predilecta, por ejemplo) se obstaculizan severamente las vías de acceso a la apropiación de la escritura como sistema simbólico y como forma y como pertenencia a una comunidad cultural.

Se resiente, además, el sentido profundo que los alumnos pueden darle al hecho de aprender a leer y escribir. La forma en que un niño se inicia en la lengua escrita en el contexto del aula es un proceso mucho más complejo que el aprendizaje de las letras y que el que se puede preestablecer a partir de un método único y estereotipado.

¿Cómo se logran, entonces estos conocimientos?

Mediante la implicación de los chicos en las actividades que desarrollan los que leen y escriben y conversando sobre lo que se realiza en esas actividades. No se trata de un conocimiento que se aprenda porque alguien lo transmita explícitamente.

Los chicos se involucran de manera real y comprenden qué es la escritura y para qué se usa en tanto participen en situaciones que cimienten la comprensión de la tarea que tienen por delante, y la necesidad y el deseo de aprender a leer y a escribir: cuando se les lee un cuento (interesante), cuando exploran la biblioteca, cuando buscan junto con el docente información sobre algún animal en una enciclopedia infantil, cuando escriben su nombre para identificar su útiles, cuando leen los nombres de todo los compañeros para buscar el del que está ausente, cuando entre todos se escriben un mensaje a las familias, cuando escriben notas y chistes a sus amigos, cuando hacen una lista de elementos para fabricar un disfraz, cuando usan la escritura para jugar.

Por otra parte, y sin desdeñar las situaciones que remiten la función de la escritura a sus usos más instrumentales, cabe señalar la importancia y el lugar irremplazable de la lectura de textos literarios potentes, interesantes, bien escritos. El niño encuentra que aprender a leer tiene sentido cuando “descubre” que las historias que ha escuchado están escritas y que se puede volver a ellas una y otra vez para leerlas, porque le ha gustado mucho la lectura. Bien lo sabemos, es una forma de felicidad. Cuando el maestro y otros adultos logran transmitir esas convicciones, gustos y pasiones, cobra sentido para los niños realizar el esfuerzo de aprender a leer.

Hasta acá todo muy bueno e interesante y es lo que he aprendido durante los tres años del Profesorado de Primer y Segundo Ciclo de EGB sobre cómo se debe enseñar Lengua; pero al encontrarme en la escuela, la realidad fue otra, ya que como dije al comienzo se sigue con la enseñanza tradicional de la Lengua, por ejemplo: cuando los chicos aprenden una letra para ejercitarla se los hace rellenarla con papelitos de colores, escribir varios renglones y recortar palabras que la contengan. Esto me provoca mucha incertidumbre, debido a que si recibimos la misma formación docente en cuanto la enseñanza de la Lengua; ¿por qué en el aula no se desarrollan prácticas bajo un enfoque superador, que es el adecuado para que el niño valore la importancia de la lengua oral y escrita y lo que ellas implican?.


Quizás se debe a que los supuestos básicos que subyacen en las prácticas son los vinculados a la enseñanza primaria vivenciada, o bien no se quiere tener el trabajo de pensar en cuestionar las prácticas para así situarse en otra teoría y buscar otras estrategias que otorguen significado al aprendizaje de la Lengua, sin percatarse de que lo que se realiza no es lo más apropiado para la enseñanza de esta área en particular y de las otras en general.

Replanteándome la pregunta que me hice en un principio y luego de todo este análisis puedo concluir que: es casi imposible que todos los docentes se orienten bajo un mismo enfoque alfabetizador, con un sólo hilo conductor. Al no darse de esta forma me parece que se hace “un enredo” y el alumno termina sin entender nada ya que por ejemplo si un niño ingresa en Primer año del Primer Ciclo y allí se encuentra con un/a docente que desarrolla sus clases según la perspectiva constructivista y luego ya en segundo año del Primer Ciclo se enfrenta con otro profesional que sustenta sus prácticas pedagógicas con el modelo tradicional se verá en la incertidumbre que puede provocarle frustraciones, incluso que fracase en su escolaridad.

Es por ello que debo tomar conciencia que en parte soy responsable de la modificación que pretendo de la escuela y me comprometo en dar lo mejor de mí para lograrlo.



(Ensayo producido como Trabajo Final de 3er. año del Profesorado 2007, en el Espacio Curricular: Apoyo Disciplinar a la Residencia Lengua)

1 comentario:

CAIE EMBARCACION dijo...

Hola Gabriela: Estoy visitando tu blog esta interesante. Vivo en Embarcacion Salta y soy profesora de lengua en secundaria y superior y estuve leyendo sitios y te encontrè. !!! Felicitaciones
Haide Haro